lunes, 12 de octubre de 2015

La Pedofilia o Pederastia


Resultado de imagen para pedofiliaLos sucesos relacionados con el abuso sexual de menores, ocurridos en diversos países de nuestro entorno, han traído a la palestra los términos "pedofilia", "paidofilia" y "pederastia". Lo inicuo de estos hechos no debería ser óbice para plantear también una discusión meramente lingüística sobre unos términos que se han venido utilizando no sólo en la prensa sino también en textos institucionales y que, por otro lado, figuran en enciclopedias, diccionarios, glosarios y libros de referencia. Lo que no está claro es que los campos semánticos de "pederastia" y "pedofilia" (incluyendo la variante de ésta: "paidofilia") sean idénticos y que se puedan utilizar como sinónimos. Es muy probable que el compuesto acabado en "-filia" tenga una semántica más amplia que el otro.

Según una opinión muy extendida, "pedofilia" es un término cacofónico en español, y así lo expone en su Vademécum la Agencia EFE y lo planteaba, si no recuerdo mal, Luis Antonio de Villena en un largo artículo aparecido este verano en El Mundo del Siglo XXI. En cualquier caso, lo que no parece de recibo para rechazar el uso de ese término es recurrir a una etimología popular simplista que se presta al chiste fácil, con la que se falsea el origen de un compuesto formado legítimamente a partir de dos raíces cultas griegas, independientemente de que nos lo haya prestado el francés o no.

Como ocurre muy a menudo en nuestra lengua, raíces de orígenes etimológicos muy distintos acaban convirtiéndose en homónimas, por ejemplo: no tienen el mismo origen los respectivos "hipo-" de hipotenusa y de hipopótamo. Por el contrario, también ocurre que elementos que hoy día no parecen tener el mismo origen, en realidad sí lo tienen, como ocurre con "apo-" en apócope y "bo-" en botica o bodega.

La raíz griega paid-, que es ped- ante vocal (pediatra, pedagogo), se convierte en pedo- ante consonante, con una vocal de enlace -o- como ocurre con numerosas raíces griegas en casos similares, por ejemplo: otorrinolaringólogo, toracoplastia, flebotomía, etc.

Ahora bien, queda el recurso de evitar "pedofilia" y hablar de "paidofilia", manteniendo en español el diptongo original griego. En ese sentido se manifestaban ya hace años tanto José M. Pabón en su Diccionario manual griego-español (véase  paidonómos, que él transcribe como "paidónomo") y Manuel Fernández-Galiano en su célebre La transcripción castellana de los nombres propios griegos, quien propugna "necesarias 'excepciones'" en la transcripción del diptongo -ai- (que habitualmente pasa al latín como -æ- y se convierte en español en -e-, como ocurre por ejemplo en los siguientes casos: etiología, paleontólogo, cenozoico, demonio, etc.). Una de esas "excepciones", según Fernández-Galiano, ha de ser la palabra "paidología" por razones de eufonía. De modo que si se considera que "pedofilia" y "pederastia" no son exactamente lo mismo y se quiere marcar la diferencia, pero no utilizar un término supuestamente cacofónico, se podría emplear "paidofilia". Resumiendo: no tiene sentido recurrir a la etimología popular en casos como éste, sobre todo cuando se trata de palabras compuestas cultas.

Esta última distinción, que como hemos visto no suele hacerse en nuestra lengua, no está recogida en los diccionarios generales. Sin embargo, los lexicógrafos son partidarios de establecer una diferencia entre pedofilia y pederastia, en la misma línea que Ortiz. El diccionario de la Real Academia Española ha introducido en su última edición (2001) el término pedofilia, además de seguir registrando la palabra pederastia, para las que recoge las siguientes definiciones:

a) Pedofilia. paidofilia.

Paidofilia. f. Atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños o adolescentes.

b) Pederastia. f. Abuso sexual cometido con niños.

La RAE recoge las dos variantes morfológicas, pedofilia y paidofilia. La raíz ped(o)-/paid(o)- ‘niño’ procede del griego paidós ‘niño’. Desde el punto de vista etimológico, es más correcta la primera, pues el diptongo griego ai se transcribe ae en latín y e en español. Sin embargo, quizás por razones de eufonía, la RAE prefiere la forma paido-, conservando el diptongo original griego.

 La forma paedofilia, que en ocasiones también se emplea, contiene la conservación del diptongo latino, y su uso puede estar influido por el inglés paedophilia. Alba Sánchez, defensora del lector del diario venelozano El Nacional, dedicaba un artículo al tema -a raíz de los recientes casos de abusos sexuales infantiles cometidos por sacerdotes norteamericanos-, que había generado cierto debate lingüístico a través de cartas de lectores. Sobre la variación pedofilia-paidofilia-paedofilia, la autora consideraba que la inclusión de paidofilia en el DRAE es un «ejemplo más de la mojigatería que, en ocasiones, afecta a ciertos académicos; aunque en honor a la verdad se deja al usuario la libertad de escoger el término que más le agrade y será el tiempo y el conjunto de los hispanohablantes quienes sancionen el término más adecuado». No obstante, Alba Sánchez acababa su columna diciendo que, en realidad, la palabra que describe la acción de los sacerdotes acusados de abusos sexuales de menores es pederastia.

Desde el punto de vista semántico, la distinción es clara: una cosa es sentir atracción erótica por los niños, y otra, abusar sexualmente de ellos. Similares diferencias de significado encontramos en el Diccionario de uso del español de María Moliner, donde se define el término pedofilia -también incorporado recientemente, en la edición de 1999- como una «perversión» del adulto que se «siente atraído por niños», mientras que la pederastia se toma como una «práctica». Seco, Andrés y Ramos, en su Diccionario del español actual, definen la pedofilia10 como una «atracción», y reservan pederastia para la «relación homosexual de un hombre con niños», lo que introduce el matiz semántico de la homosexualidad, aunque dentro del campo de las prácticas sexuales, tal como hacen el diccionario académico y el diccionario de María Moliner.


Resultado de imagen para pedofiliaAsí pues, la distinción entre la tendencia sexual (pedofilia) y la práctica abusiva -y además delictiva- (pederastia), aunque infrautilizada en la lengua, está perfectamente registrada en los diccionarios. Los medios de comunicación tienen su parte de responsabilidad en perpetuar esta confusión entre dos conceptos pertenecientes a dos esferas distintas: por una parte, la esfera de la psicología -y de la medicina, si se acepta que la pedofilia es un transtorno sexual- y, por otra, el ámbito del derecho y la moral.

 Hay que ser conscientes de que esta confusión parece estar muy arraigada en nuestra cultura, y de que no es fácil separar claramente las categorías conceptuales de la ciencia y las categorías de la moral, a pesar del aparente cientifismo de la sociedad actual. Sin embargo, sería de agradecer que los medios de comunicación contribuyeran a difundir una distinción léxica que ayude a nuestras mentes a separar dos realidades diferentes. Y asi a l mismo  tiempo proteger a  nuestros niños, niñas y adolescentes

miércoles, 7 de octubre de 2015

LA MENTIRA Y LAS EMOCIONES



Ponerse una máscara es la mejor manera de ocultar una e emoción, Si uno se cubre el rostro o parte de él con la mano o lo aparta de la persona que habla dándose media vuelta,  habitualmente eso dejará traslucir que está mintiendo.


La mejor máscara es una emoción falsa, que desconcierta y actúa como camuflaje. Es terriblemente arduo mantenerse frío o dejar las manos quietas cuando se siente una emoción intensa: no hay ninguna apariencia más difícil de lograr que la frialdad, neutralidad o falta de emotividad cuando por dentro ocurre lo contrario, mucho más fácil es adoptar una pose, detener o contrarrestar con un conjunto de acciones contrarias a aquellas que expresan los verdaderos sentimientos.

El juego de póker es otra de las situaciones en las que uno puede recurrir al enmascaramiento para ocultar una emoción. Si un jugador se entusiasma con la perspectiva de llevarse todo el dinero porque ha recibido unas cartas soberbias, deberá disimular su entusiasmo si no quiere que los demás se retiren del juego en esa vuelta. Ponerse una máscara con señales de otra clase de sentimiento sería peligroso: si pretende parecer decepcionado o irritado por las cartas que le vinieron, los demás pensarán que no tiene un buen juego y que se irá al mazo, en vez de continuar la partida. Por lo tanto, tendrá que lucir su rostro más neutral, el propio de un jugador de póker. En caso de que le hayan venido cartas malas y quiera disimular su desengaño o fastidio con un “bluff”, o sea, una fuerte apuesta engañosa tendente a asustar a los otros, podría usar una máscara: fraguando entusiasmo o alegría quizá logre esconder su desilusión y dar la impresión de que tiene buenas cartas, pero es probable que los demás jugadores caigan en la trampa y lo consideren un novato: se supone que un jugador experto ha dominado el arte de no revelar ninguna emoción sobre lo que tiene en la mano. 

Dicho sea de paso, las falsedades que sobrevienen en una partida de póker –los ocultamientos o los bluffs— no se ajustan a mi definición de lo que es una mentira: nadie espera que un jugador de póker vaya a revelar las cartas que ha recibido y el juego en sí constituye una notificación previa de que los jugadores tratarán de despistarse unos a otros.

En su estilo sobre los jugadores de póker, David Hayano describe otra de las estratagemas utilizadas por los jugadores profesionales: “charlan animádamente a lo largo de toda la partida para poner nerviosos y ansiosos a sus contrincantes. (...) Dicen verdades como si fueran mentiras, y mentiras como si fueran verdades. Junto con esta verborrea, usan gestos y ademanes vivaces y exagerados. De uno de estos jugadores se decía que ‘se movía más que una bailarina de cabaret en la danza del vientre’ “. (“Poker Lies and Tells”, Human Behavior, marzo 1979.)

Para ocultar una emoción cualquiera, puede inventarse cualquier otra emoción falsa. La más habitualmente utilizada la sonrisa. Actúa como lo contrario de todas las emociones creativas: temor, ira, desazón, disgusto, etc. Suele elegírsela porque para concretar muchos engaños el mensaje que se necesita es alguna variante de que uno está contento. El empleado desilusionado porque su jefe ha promocionado a otro en lugar de él le sonreirá al jefe, no sea que éste piense que se siente herido o enojado. La amiga cruel adoptará la pose de bienintencionada descargando sus acerbas críticas con una sonrisa de sincera preocupación.

Otra razón por la cual se recurre tan a menudo a la sonrisa como máscara es que ella forma parte de los saludos convencionales y suelen requerirla la mayoría de los intercambios sociales corteses. Aunque una persona se sienta muy mal, por lo común no debe demostrarlo para nada ni admitirlo en un intercambio de saludos; más bien se supone que disimulará su malestar y lucirá la más amable sonrisa al contestar: “Estoy muy bien, gracias, ¿y usted?”. Sus auténticos sentimientos probablemente pasarán inadvertidos, no porque la sonrisa sea una máscara tan excelente, sino porque en esa clase de intercambios corteses a la gente rara vez le importa lo que siente el otro. Todo lo que pretende es que finja ser amable y sentirse a gusto. Es rarísimo que alguien se ponga a escrutar minuciosamente lo que hay detrás de esas sonrisas: en el contexto de los saludos amables, todo el mundo está habituado a pasar por alto las mentiras. Podría aducirse que no corresponde llamar mentiras a estos actos, ya que entre las normas implícitas de tales intercambios sociales está la notificación previa de que nadie transmitirá sus verdaderos sentimientos.

Otro de los motivos por los cuales la sonrisa goza de tanta popularidad como máscara es que constituye la expresión facial de las emociones que con mayor facilidad puede producirse a voluntad. Mucho antes de cumplir un año, el niño ya sabe sonreír en forma deliberada; es una de sus más tempranas manifestaciones tendentes a complacer a los demás. A lo largo de toda la vida social, las sonrisas presentan falsamente sentimientos que no se sienten pero que es útil o necesario mostrar. Pueden cometerse errores en la forma de evidenciar estas sonrisas falsas, prodigándolas demasiado o demasiado poco. También puede haber notorios errores de oportunidad, dejándolas caer mucho antes de la palabra o frase a la que deben acompañar, o mucho después. Pero en sí mismos los movimientos que llevan a producir una sonrisa son sencillos, lo que no sucede con la expresión de todas las demás emociones.

A la mayoría de la gente, las emociones que más les cuesta fraguar son las negativas. Mi investigación revela que la mayor parte de los sujetos no son capaces de mover de forma voluntaria los músculos específicos necesarios para simular con realismo una falsa congoja o un falso temor. El enojo y la repulsión no vivenciados pueden desplegarse con algo más de facilidad, aunque se cometen frecuentes equivocaciones. Si la mentira exige falsear una emoción negativa en lugar de una sonrisa, el mentiroso puede verse en aprietos. Hay excepciones: Hitler era, evidentemente, un actor superlativo, dotado de una gran capacidad para inventar convincentemente emociones falsas. En una entrevista con el embajador inglés se mostró terriblemente enfurecido, gritó que así no se podía seguir hablando y se fue dando un portazo; un oficial alemán presente en ese momento contó más adelante la escena de este modo: “Apenas había cerrado estrepitosamente la puerta que lo separaba del embajador, lanzó una carcajada, se dio una fuerte palmada en el muslo y exclamó: ‘¡Chamberlain no sobrevivirá a esta conversación! Su gabinete caerá esta misma noche’“

OTRAS FORMAS DE MENTIRA

Además del ocultamiento y el falseamiento, existen muchas otras maneras de mentir. Ya sugerí una al referirme a lo que podría hacer Ruth, el personaje de Updike, para mantener engañado a su marido a pesar del pánico. En vez de ocultar este último, cosa difícil, podría reconocerlo pero mentir en lo tocante al motivo que lo había provocado.

Otra técnica parecida consiste en decir la verdad de una manera retorcida, de tal modo que la víctima no la crea. O sea, decir la verdad... falsamente. O también recurriendo, a propósito, a la exageración.

Un truco semejante al de decir falsamente una verdad es ocultarla a medias. Se dice la verdad, pero sólo de manera parcial. Una exposición insuficiente, o una que deja fuera el elemento decisivo, permite al mentiroso preservar el engaño sin decir de hecho nada que falte a la verdad.

Otra técnica que permite al mentiroso evitar decir algo que falte a la verdad es la evasiva por inferencia incorrecta. El columnista de un periódico describió humorísticamente cómo es posible apelar a ella para resolver el conocido intríngulis de tener que emitir una opinión ante la obra de un amiga cuando esa obra a uno no le gusta. Supongamos que es el día de la inauguración de su exposición de cuadros. Uno piensa que los cuadros de su amiga son un espanto, pero hete aquí que antes de poder escabullirte hacia la puerta de salida, nuestro amiga viene a estrecharnos la mano y sin demora nos pregunta qué opinamos:

“‘Oh, María’ —le contestaremos (suponiendo que nuestra artista se llame María), y mirándola fija a los ojos como si estuviéramos embargados por la emoción, añadiremos: —‘¡María, María, María!"te la comistes"

No hay que soltarle la mano en todo este tiempo ni dejar de mirarla fijamente. Hay un 99 por ciento de probabilidades de que María finalmente se libere de nuestro apretón de mano, farfulle una frase modesta y siga adelante... Claro que hay variantes. Por ejemplo, adoptar el tono altanero de un crítico de arte y la tercera persona gramatical invisible, y dividiendo en dos etapas la declaración, decir: ‘María. María. ¿Qué podría uno decir’?’ O bajando el tono de voz, más equívocamente: ‘María... No encuentro palabras’. O con un poquito más de ironía: ‘María: todo el mundo, todo el mundo, habla de ti’ “.


La virtud de esta estratagema, como la de la verdad a medias o la de decir la verdad falsamente, consiste en que el mentiroso no se ve forzado a faltar en modo alguno a la verdad. Sin embargo, considero que éstas son mentiras de todas maneras, porque hay un propósito deliberado de despistar al destinatario sin darle ninguna notificación previa.

Algún aspecto del comportamiento del mentiroso puede traicionar estas mentiras. Existen dos clases de indicios del engaño: un error puede revelar la verdad, o bien puede sugerir que lo dicho o lo hecho no es cierto sin por ello revelar qué es lo cierto. Cuando por error un mentiroso revela la verdad, yo lo llamo autodelación; y llamo pista sobre el embuste a las características de su conducta que nos sugieren que está mintiendo pero no nos dicen cuál es la verdad. Si el médico de una paciente que miente nota que ella se retuerce las manos al mismo tiempo que le dice que se siente muy bien, tendrá una pista sobre su embuste, una razón para sospechar que ella le miente; pero no sabrá cómo se siente realmente —podría estar rabiosa por la mala atención que se le brinda en el hospital, o disgustada consigo misma, o temerosa por su futuro—, salvo que ella cometa una autodelación. Una expresión de su rostro, su tono de voz, un desliz verbal o ciertos ademanes podrían traslucir sus auténticos sentimientos.

Una pista sobre el embuste responde al interrogante de si el sujeto está o no mintiendo, pero no revela lo que él oculta: sólo una autodelación puede hacerlo. Con frecuencia, eso no importa. La pista sobre el embuste es suficiente cuando la cuestión es saber si la persona miente, más que saber qué es lo que oculta. En tal caso no se precisa ninguna autodelación. La información sustraída puede imaginarse, o no viene al caso. Si un gerente percibe, gracias a una pista de este tipo, que el candidato que se presentó para el cargo le está mintiendo, con eso le basta, y no necesita ninguna autodelación del candidato para tomar la decisión de no emplear en su empresa a un mentiroso.

Hay ocasiones en que la autodelación sólo proporciona una parte de la información que la víctima necesita conocer: transmite más que la pista sobre el embuste, pero no todo lo que se ha ocultado. Recordemos el episodio ya mencionado de Marry Me, de Updike. Ruth se vio presa del pánico porque no sabía cuánto había escuchado su esposo de la conversación telefónica que ella había mantenido con su amante. Cuando Jerry se dirigió a ella, tal vez Ruth hiciera algo que dejase traslucir su pánico (un temblor en los labios, una fugaz estrechez de las cejas). En ese contexto, un indicio tal sería suficiente para saber que estaba mintiendo, pues... ¿por qué otro motivo podría preocuparle que su esposo le hiciera esa pregunta? Ahora bien, dicha pista nada le diría a Jerry en cuanto a la mentira en sí, ni con quién estaba hablando ella. Jerry obtuvo parte de esa información porque la voz de Ruth la autodelató. Al explicarle por qué motivo no creía en lo que ella le había dicho sobre con quien hablaba por teléfono, Jerry le dice:

“—Fue por tu tono de voz.

“—¿En serio? ¿Y cómo era?— ella quiso lanzar una risita nerviosa.

“—-Era un tono distinto al de costumbre —dijo—» Era la voz de una mujer con carácter»

“—Eso es lo que soy: una mujer.

“—Pero conmigo tu usas un tono de voz de una nena de 14 años—continuó él”.

La voz que había usado Ruth no era la que usaría con una empleada de la escuela dominical, sino más bien con un amante. Ella trasunta que el engaño de Ruth probablemente esté referido a un asunto amoroso, aunque todavía no le dice a su marido cómo es toda la historia. Jerry no sabe aún si el idilio acaba de comenzar o está avanzado; tampoco sabe quién es el amante de su mujer. No obstante, sabe más de lo que habría podido averiguar con una pista sobre su embuste, que a lo sumo le habría informado que ella mentía.

Hasta que un día Jerry y su mujer están en su vehículo en camino al supermercado y de pronto un vehículo se estaciona a su lado esperando el cambio de luz. De pronto el conductor de ese vehículo hace un gesto de saludo disimulado a Ruth que es captado por Jerry, sin embargo, Ruth se mantuvo tieza como si no hubiera visto nada. Esa fue la pista que necesitaba el marido para sospechar quien podía ser el amante de ella. En una situación normal de una amistad, el saludo habria sido franco y abierto.

EL TEMOR A SER ATRAPADO


En sus formas más moderadas, este temor, en vez de desbaratar las cosas, puede ayudar al mentiroso a no incurrir en equivocaciones al mantenerlo alerta. Si el temor es mayor, puede producir signos conductuales que el descubridor de mentiras avezado notará enseguida, y si es mucho mayor, el temor del mentiroso a ser atrapado da origen exactamente a lo que él teme. Si un mentiroso fuera capaz de calibrar cuál será su recelo a ser detectado en caso de embarcarse en un embuste, estaría en mejores condiciones para resolver si vale la pena correr el riesgo. Y aunque ya haya decidido correrlo, saber estimar qué grado de recelo a ser detectado podría llegar a sentir lo ayudará a programar medidas contrarrestantes a fin de reducir u ocultar su temor. Esta información puede serle útil, asi mismo, al descubridor de mentiras: si prevé que un sospechoso tiene mucho temor de ser atrapado, estará muy atento a cualquier evidencia de ese temor.

Un padre que se ha mostrado suspicaz y desconfiado con su hijo y no le ha creído cuando le dijo la verdad, despertará temor en un chico inocente. Esto plantea un problema decisivo en la detección del engaño: es casi imposible diferenciar el temor a que no le crean del niño inocente, del recelo a ser detectado que siente el niño culpable: las señales de uno y otro serán las mismas.

Estos problemas no se presentan exclusivamente en el descubrimiento del engaño entre padre e hijo: siempre es difícil distinguir el temor del inocente a que no le crean, del recelo del culpable a ser detectado. Y la dificultad se agranda cuando el descubridor de la mentira tiene fama de suspicaz, de no haber aceptado sin más la verdad anteriormente. A éste le será cada vez más problemático distinguir aquel temor de este recelo. La práctica del engaño, así como el éxito reiterado en instrumentarlo, reducirá siempre el recelo a ser detectado. El marido que engaña a su esposa con la decimocuarta amante no se preocupará mucho porque lo atrape: ya tiene práctica suficiente, sabe lo que puede prever que sucederá y lo que tiene que encubrir; y lo que es más importante, sabe que puede salir airoso. La confianza en uno mismo aminora el recelo de ser descubierto. Por otra parte, un mentiroso que se propasa en su autoconfianza puede cometer errores por descuido; es probable que cierto recelo de ser detectado sea útil para todos los mentirosos.

El detector eléctrico de mentiras, o polígrafo, opera basándose en los mismos principios que la persona que quiere detectar mentiras a través de señales conductuales que las traicionen, y está sujeto a los mismos problemas. El polígrafo no detecta mentiras sino sólo señales emocionales. Sus cables le son aplicados al sospechoso a fin de medir los cambios en su respiración, sudor y presión arterial. Pero en sí mismos el sudor o la presión arterial no son signos de engaño: las palmas de las manos se humedecen y el corazón late con mayor rapidez cuando el individuo experimenta una emoción cualquiera. 

Por eso, antes de efectuar esta prueba, la mayoría de los expertos que utilizan el polígrafo tratan de convencer al sujeto de que el aparato nunca falla, y le administran lo que se conoce como una “prueba de estimulación”. La técnica más frecuente consiste en demostrarle al sospechoso que la máquina podrá adivinar qué naipe ha extraído del mazo. Se le hace extraer un naipe y después volver a ponerlo en el mazo; luego se le pide que conteste negativamente cada vez que el examinador le inquiere por un naipe en particular. Algunos expertos que emplean este aparato no cometen errores gracias a que desconfían de él, y utilizan un mazo de naipes marcados. Justifican la trampa basándose en dos argumentos: si el sospechoso es inocente, importa que él crea que la máquina es perfecta, pues de lo contrario tendría temor de que no le creyesen; si es culpable, importa que tenga recelo de ser atrapado, pues de lo contrario el aparato no operaría en verdad. La mayoría de los que utilizan el polígrafo no incurren en esta trampa contra sus sujetos, y confían en que el polígrafo sabrá decirles con exactitud cuál fue el naipe extraído.

Ocurre lo mismo que en "Pleito de Honor": el sospechoso tiene que estar persuadido de la habilidad del otro para descubrir su mentira. Los signos de que tiene temor serían ambiguos si no pudiesen disponerse las cosas de modo que únicamente el mentiroso tenga miedo, no el veraz. Los exámenes con polígrafos no sólo fracasan porque algunos inocentes temen ser falsamente acusados o porque por algún otro motivo los perturba el hecho de ser sometidos a un examen, sino también porque algunos delincuentes no creen en la máquina mágica: saben que pueden burlarla, y por eso mismo se vuelve más probable que sean capaces de lograrlo.

Hasta ahora hemos visto de qué manera la fama del descubridor de mentiras puede influir en el recelo a ser detectado del mentiroso y en el temor a que no le crean del inocente. Otro factor que gravita en el recelo a ser detectado es la personalidad del mentiroso. Hay individuos a los que les cuesta mucho mentir, en tanto que otros lo hacen con pasmosa soltura. Se sabe mucho más de los que mienten con facilidad que de los que no pueden hacerlo. Algo pude descubrir sobre estos últimos en mi investigación sobre el ocultamiento de las emociones negativas.

Hay individuos que son especialmente recelosos de ser atrapados mintiendo; están convencidos de que todos los que los están mirando se darán cuenta de que miente, lo que se convierte en una profecía que termina por cumplirse

Hasta ahora he descrito dos factores determinantes del recelo a se detectado: la personalidad del mentiroso y, antes que esto, la fama y carácter del descubridor de la mentira. No menos importante es lo que está en juego al mentir. La regla es muy simple: cuanto más sea lo que está en juego, mayor será el recelo a ser detectado. Pero la aplicación de esta regla puede ser complicada, porque no siempre es sencillo averiguar qué es lo que está en juego.

El recelo a ser detectado será mayor si lo que está en juego es evitar un castigo, y no meramente ganar una recompensa.

Un engaño puede acarrear dos clases de castigo: el castigo que aguarda en caso de que la mentira falle y el que puede recibir el propio acto de mentir. Si están en juego ambos, será mayor el recelo a ser detectado. A veces el castigo en caso de que a uno lo descubran engañando es mucho peor que el castigo que deseaba evitar con su engaño. En ‘Pleito de honor’, el padre le comunicó a su hijo que ésa era la situación. Si el descubridor de mentiras puede hacerle saber con claridad al sospechoso, antes de interrogarlo, que su castigo por mentir será peor que el que se le imponga por su delito, tiene más probabilidades de disuadirlo de que mienta.

Pero aunque el transgresor sepa que el daño que sufrirá si se descubre su mentira será mayor que el que recibirá si admite su falta, mentir puede resultarle muy tentador, ya que confesar la verdad le provocará perjuicios inmediatos y seguros, en tanto que la mentira contiene en sí la posibilidad de evitar todo perjuicio. La perspectiva de eludir un castigo inmediato puede ser tan atrayente que el impulso que lo lleva a eso hace que el mentiroso subestime la probabilidad de ser atrapado, y el precio que ha de pagar en caso de serlo.

 El reconocimiento de que la confesión habría sido una mejor estrategia llega demasiado tarde, cuando el engaño se ha mantenido ya por tanto tiempo y con tantas argucias, que ni siquiera la confesión logra reducir el castigo.

APRENDE A DETECTAR MENTIRAS



Resultado de imagen para rostro cuando mientenNo necesitas ser un detective profesional para saber si una persona está diciendo la verdad o está incurriendo en una mentira. Lo único que necesitas es saber cuáles son las señales que te esta enviando en sus mensajes  y sobre todo ser muy observador con las acciones o inacciones o sea la forma de actuar de la persona mentirosa.

La mentira es una herramienta que casi todas las personas usan alguna vez en su vida, ya sea para perjudicar a una persona y aunque suene extraño, para beneficiar a otra(s) persona(s). Por eso, saber leer las mentiras a tiempo y anticiparte a lo que pudiera ser un daño que te puedan infligir es muy importante para evitarte frustraciones y/o inconvenientes.

Si deseas contar con herramientas para desentrañar la verdad en la gente de la que sospechas, sigue leyendo y utiliza esta información para bien y no para mal.

GESTOS EMOTIVOS Y ACCIONES CONTRADICTORIAS

En la cara están las señales en las que puedes detectar fácilmente y atrapar al mentiroso(a).  Algunas son:

• Una persona sincera sonará "congruente". Ésto quiere decir que toda la información que le este dando (sus palabras, sus acciones, su lenguaje corporal, su sentido de responsabilidad y todo encaja, o sea, no contiene contradicciones.) La gente que miente es incoherente y queda mal continuamente, lo que dicen y lo que hacen no siempre va a la par.

• El manejo de los tiempos al demostrar las emociones, también es poco común. Por ejemplo, alguien honesto puede gritar que le gustó mucho el regalo (gesto de sorpresa) y luego demostrar una sonrisa, mientras que un mentiroso tiende a concentrar la sonrisa y el comentario en el mismo tiempo.

• Las expresiones, los gestos y las acciones no concuerdan. Si alguien te dice que te quiere y te da un abrazo y en vez de hablar sobre ti y tu vida sobre ¿como te va?, y lo que hace es que te pregunta inmediatamente por otra persona, o cambia el tema es obvio que lo que sale de su boca no es congruente con sus acciones.

• La expresión de emociones de todo tipo, desde felicidad y sorpresa hasta tristeza y enojo, cubren todo el rostro. Por ejemplo, alguien que sonríe naturalmente implica todo su rostro, incluyendo movimientos en mandíbulas, mejillas y ojos. En el mentiroso no hay emoción en sus ojos ni su frente, solo en sus labios o boca.

REACCIONES
La forma de actuar ante las acciones también es una forma de averiguarlo. A continuación algunas señales:

Una persona que se sabe culpable de una mentira adopta una postura defensiva. Mientras que una inocente va al ataque o a reclamar al sentirse ofendida y cuestionar sus sospechas. El mentiroso se limitará a defenderse y ofrecer excusas, hasta hacer acusaciones contra quien lo cuestiona, hasta valiéndose de artimañas poco éticas y/o profesionales, tienden a tergiversar la realidad.

El mentiroso se siente incómodo y evita la conversación y el encuentro de quien lo cuestiona,  por lo tanto, tiende a tener el menor contacto posible con la víctima de su engaño. No contestará llamadas, no responderá mensajes, tiene una excusa para todo, cambia de planes continuamente, asi son los mentirosos. Es el tipo de persona que te dice llámame mañana y al día siguiente no te responde y ni si quiera te llama él mismo.

Un mentiroso si es cuestionado atacará y subconcientemente se identificará a si mismo al decirle (mentiroso, embaucador o charlatán) a quien le señala, cuando esas palabras realmente se las dice a si mismo, de forma inconsciente (son una proyección de su persona).
El mentiroso es una persona que cambia mucho de parecer y queda mal de continuo con la gente con quien ha hecho compromisos. Quedar mal es su principal característica.

Si eres una persona que conoce todos los trucos del mentiroso y caes ante sus engaños, entonces tu serás el responsable del mal que te suceda. Si por el contrario los anticipas no deberías sufrir ninguna consecuencia.

Si has decidido creer en alguien o darle una oportunidad y luego te das cuenta que te va a seguir engañando y haciendo daño, entonces tienes las opciones de usar tus conocimientos para evitar ser engañado.

Si conoces como detectar un mentiroso puedes hacer una de (3) tres:

O se lo dices y lo confrontas (personalmente no tiendo a hacer esto)

O dejas que las cosas transcurran y se compliquen

O decides jugar con él y hacerle creer que se va a salir con la suya, entonces lo tomas por sorpresa. (al menos, esta es mi preferida) de modo que de esa forma el mentiroso y charlatán aprenda una lección. No podemos desaprovechar ninguna ocasión para llevarle el mensaje a la conciencia del mentiroso, debemos hacerlo con sutilidad, sin ofender, educando a la persona.

Para una persona que conoce y sabe leer el lenguaje del los mentirosos, estos son como los idiotas o delincuentes que dejan saber lo que van a hacer con anticipación, de manera que cuando actúan, ya los estaban esperando.

El mentiroso es como un telégrafo que continuamente envía señales.